Los Pájaros
Yo vivo en la costa y son las gaviotas las que a veces con sus graznidos desperezan mis mañanas. Son como alarmas de despertador que al alba agitan sin tregua mis últimos sueños.
Al mediodia, afanado en las tareas de casa, escucho a los gorrioncillos desde mis ventanas sobrevolar alegre los tejados, y su incesante gorjeo hace que me asome a la terraza.
Me pregunto que se estarán diciendo en esa porfía y ese gracioso alboroto que los excita y comunica en un constante chirreo.
En el sopor de la sobremesa, el placentero y aflautado canto de la paloma turca adormece mis sentidos y me acompaña en mi siesta lánguida mecida por su arrullo. Una dulce y suave nana que me arropa y me narcotiza.
Por la tarde, a lo lejos desde el campanario de la Iglesia se impone el ensordecedor tableteo de mi vecina la cigüeña, que crotorea celosa para que la mire y me enamore de su esplendida figura y de su solemne vuelo que sobre mi cabeza me regala orgullosa.
Es hermoso reconocer la particular banda sonora que de picos y plumas nacen y llenan nuestros oidos, alegrando lo cotidiano sin que reparemos apenas en su familiar presencia.
Al crepúsculo, los vencejos empoderan el atardecer con sus chillidos persistentes. Que divina algarabía que melancoliza mis atardeceres, una eterna canción que perpetúa el ocaso de nuestras costumbres.
Antes de la
hora azul habrán desaparecido del cielo alzando su vuelo hacía la luna,
volviendo mudo el día de singulares tarareos,
asomando impertinente la quietud de la
noche,
que con su silente voz taponará los oidos del común de los hombres y apagará el
canto del último de los pájaros.
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