Ahí estás
De rebosante alegría llenaste mi vida en un instante y como instante que fuiste sin darme cuenta marchaste…
Estúpidamente desee perderte de vista en algunas ocasiones y ahora recuerdo vencido el consejo del viejo sabio…
Eras la luz del día clara en mi rostro, alegre en la mañana, serena en la tarde…
Eras la risa vehemente, la inocencia exagerada, la ilusión virgen como una damisela…
Eras la travesura constante, la maldad dormida, la violencia indolente…
Como un torbellino vivimos juntos el uno para el otro, una montaña rusa en la que viajé con frenesí, un huracán que sacudía con nervio mi tiempo pequeño…
Y con la extrema delicadeza del hilo de seda, tejías frágil el caparazón que me protegía de la edad y la conciencia…
Eras el amigo íntimo y fiel compañero, con el que compartía mi corazón pirata parcheado de aventuras…
Eras la novia primigenia y vergonzosa que atrapaba mis sueños en su pelo trenzado…
Ahora te añoro, triste como un árbol en otoño, un deseo imposible, una plegaria rota…
Y sin embargo revives en mi a cada momento… apareces y desapareces sin quererlo y aun cuando no lo quiero y no lo quise, te marchas siempre sin despedirte…
Por eso ahora que mi corazón envejece henchido por los recuerdos, y aunque el sufrimiento que provocas me sigue y me persigue, no renunciaré nunca a tu encuentro, porque allí apaciguará tu compañía mi desgana y reviviré los momentos que me diste…
Y a pesar de que nunca encontré donde te escondiste y la despedida fue de manera fria e inconsciente, tu efímera pero deseada presencia disfrazará mi alma en los días que me quedan de esta vida madura y ya siempre triste…
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